Un libro de un millón de páginas no alcanzaría para derramar completamente la vida de Tito, Modesto Vázquez Feijóo. Nació el 23 de diciembre de 1948 en una aldea de Rabal, en el municipio español de Celanova, pero fue anotado el 1° de enero de 1949. Gallego. Cumplió tres años en un barco llamado Salta cruzando el Atlántico, viajando desde España a la Argentina, tras las penurias de la guerra civil. Llegó a Buenos Aires en el Año Nuevo de 1952, con su madre, María; su padre, Celso, que había emigrado dos años antes, los estaba esperando en el puerto.
“Mi viejo tuvo una historia muy dura. A los dos años, el papá y la mamá lo dejaron con la abuela; tenía un hermano de tres. Supuestamente se venían a Argentina a vender en una panadería y volvían a España, pero no volvieron. La abuela murió a los seis meses, el hermano de mi viejo terminó por un lado, él por el otro. Así que mi viejo laburó por un vaso de leche toda la vida. Hasta que a los 24 años conoció a mi vieja en España, me tienen a mí y decide venir a Buenos Aires solo. Busca a sus padres y los encuentra en Vuelta de Obligado [partido de San Pedro], con cuatro hermanos argentinos. Mi abuelo se llamaba Modesto y mi viejo me puso ese nombre al pedo, porque según supe, fue el cartero el que le dijo que me llamara así pese a que lo había abandonado”, introduce Tito Vázquez, ante LA NACION.
Durante su infancia se mudó de casa una y otra vez. Pero el barrio de Palermo Viejo, en la calle Honduras, entre inmigrantes humildes y la vía, fue su “territorio”. Una cicatriz en el labio, secuela de un hondazo recibido en una pelea juvenil, forma parte de esa época. Cambió de colegio varias veces. Perdió amigos y conoció a otros. Conserva un puñado de recuerdos de aquellos días, como el bombardeo en la Plaza de Mayo de 1955, su amor y destreza por el fútbol (se hizo fanático de River) y la preocupación por una severa congestión pulmonar que lo mantuvo dos meses internado en el Hospital de Clínicas.
El destino lo unió con el tenis. A los nueve años se mudó a la sede de Olivos del Tenis Club Argentino, donde comenzó a trabajar su padre. “Ahí empecé a jugar”, rememora hoy, en su casa de la misma calle Honduras de la infancia. “Un pibe del club, que se llamaba Schoklender, me dice: ‘¿Querés jugar?’. ‘No, yo no sé jugar’, le respondí. Pero me prestó una raqueta y como yo era muy bueno de piernas por el fútbol… agarré la raqueta y me fue bien. Le gané 7-5; él contó los tantos porque yo ni sabía cómo se hacía. ‘¿Es verdad que nunca jugaste?’, desconfió”.
–¿Los golpes de dónde los sacaste?
–De ver. La parte visual quizá sea la más importante y un chico ve y copia. Y yo había visto jugar en el club. No jugaba porque era pobre. Hasta que un día me permitieron empezar a jugar. Le pegaba bastante bien. Tenía un talento bastante natural, cierta sensibilidad mejor que el común de los mortales. Al año le ofrecieron a mí papá que vayamos a vivir al Tenis Club Argentino en Palermo. Vivíamos en el primer piso del club; teníamos dos habitaciones y una mini cocina. Ahí viví hasta los 17 años, cuando me fui a California.
California, en el oeste Estados Unidos. Puesto así puede sonar como algo más. Sin embargo, el contexto, la época, la ebullición y el despertar cincelaron la personalidad de Tito, que viajó con el anhelo de obtener una beca para la UCLA, algo que finalmente logró. Se subió a un mundo nuevo, al sueño americano. Con la fuerte influencia del Beverly Hills Tennis Club, Pancho Segura Cano, Jimmy Connors, Pancho Gonzales, Tony Trabert y Arthur Ashe. Con la efervescencia de la música, la poseía, el cine, la pintura. Las drogas, el hipismo, la bohemia y el flower power. Filósofos y las actrices de Hollywood, los personajes de la TV y los cantantes. Bob Dylan, Jimi Hendrix y Janis Joplin, los Beatles y los Rolling Stones. Tito vivió siete años en California. Y de allí no salió igual.
Tito también vivió siete años en el Reino Unido y trabajó en el semillero de la federación británica de tenis, donde conoció a un joven Andy Murray. Jugador ofensivo, de excelente volea, integrante de equipos de Copa Davis entre 1966 y 1970, la mayor obra de Vázquez, probablemente, fue como entrenador (del paraguayo Víctor Pecci, por ejemplo, con el que llegó a la final de Roland Garros 1979) y capitán del equipo argentino de Copa Davis en dos períodos (en 1986/1988 y en 2009/2011; en su último año el equipo alcanzó la final y perdió ante España en Sevilla). Tito es un sabio del tenis, un maestro; con una sensibilidad y un nivel filosófico superior a la media. Tito, también, pudo haber sido coach de Gabriela Sabatini antes de la explosión de la mejor tenista argentina de la historia. Aun lo recuerda con precisión, porque le quedó una suerte de espina clavada. Una experiencia que pudo haber cambiado aún más su carrera.
“Estuve cerca de dirigir a Gaby, demasiado cerca, creo. Gaby era, para mí, como el anillo de casamiento. Una versión masculina de Pecci con muchas más posibilidades. No puedo garantizarlo porque las cosas son si realmente suceden, pero Gaby no hubiese perdido con Steffi Graf las veces que perdió. Porque conmigo hubiera vivido en la red y, con slice, como tenía Graf, no la podía pasar todo el día de revés. Puedo decir mi versión, que no sé si es la original…”, dice hoy, cerca de los 76 años, el compinche papá de Marisol, el sensible compañero de Nora Fisch.
–¿Podés contarla?
–Sí. Voy a Roland Garros 1990 con Juan Ignacio Garat. Era su primer año de junior y pierde el lunes; yo estaba un poco desilusionado. Ese segundo lunes del torneo (los juniors comenzaban la segunda semana) también pierde Sabatini, pero en el circuito mayor, obvio. El coach era el español Ángel Giménez, amigo mío y buen pibe. Empiezan los rumores de que Gaby iba a dejar de entrenar con Giménez. Da una conferencia de prensa y niega el tema, diciendo que la derrota no afectaba la relación. El martes no voy a Roland Garros, voy al cementerio de Montmartre. El miércoles, Salata [el periodista Guillermo Salatino] me dice que yo estaba entre los cuatro candidatos a entrenarla a Gaby. Yo venía de Pecci, o sea, con bastante fama en ese momento. Eran Higueras, Orantes, Batata Clerc y yo.
–¿Y qué pasó, perdiste en esa selección?
–No, el destino. En eso me llama otro chico argentino, al cual había entrenado de juvenil, en el que había invertido mucho tiempo y dinero, y terminó desilusionándome. Pero bueno, me pide si por favor lo puedo acompañar a Reus, España, para dirigirlo en un Futures. Le dije que sí. Paso por Barcelona, voy al torneo en Reus, este chico perdió en el segundo partido, vuelvo a Barcelona el sábado y de un teléfono público llamo a Osvaldo, el padre de Sabatini. El manager de Gaby era Dick Dell, de Top Serv, con quien yo había jugado. Y el padre me dice: ‘¿Dónde estabas? No te pudimos encontrar’. No había teléfono celular. Ni mi viejo sabía dónde estaba yo. ‘Acá, en un torneo de mierda’, le digo. Y me responde: ‘Porque ya arreglamos con (Carlos) Kirmayr”.
–Pero Kikí no estaba en esa lista…
–Carlitos estaba en el medio de Brasil en San Pablo, ya se había retirado como jugador. Lo llama Dick Dell. Descartaron a Higueras y a Orantes por ser españoles como Giménez. Le dijeron a Batata, quien aparentemente había desistido porque sólo quería ir a los Grand Slams. A los días voy a Wimbledon, también con Garat para los juniors. Kirmayr, íntimo amigo mío, entra por la puerta y lo primero que me dice: ‘Es igual a Pecci’. Me cagó, jaja. Ya había descubierto cómo era Gaby. Sabía cómo llevarla, cómo tratarla, cuánto y cómo entrenarla. Con Víctor una vez fuimos a la academia de Harry Hopman; lo dejé entrenando. Cuando terminó, le pregunté a Harry qué consejo me daba para entrenarlo: ‘Calidad, no cantidad’. Era lo que yo pensaba siempre. Y con Gaby era igual. Y Kirmayr dio en la tecla. Tenía contrato desde Wimbledon hasta el US Open y ahí verían cómo seguían… ¡Gaby gana el US Open y Carlos empieza a hacer carrera de coach! El destino.
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El interior de la casa de Tito sería un deleite para cualquier coleccionista. Vinilos originales de los Beatles y los Rolling Stones comprados en los ‘60. Raquetas de madera (y de acero, como la T2000, popularizada por Connors) en perfecto estado. El diploma de egresado en la Universidad de California firmado por el entonces gobernador Ronald Reagan. Sombreros. Y una biblioteca prodigiosa que ocupa toda una pared. “De chico nunca tuve nada; mi familia era humilde. No teníamos muebles, cuadros, objetos. Y de me dio por coleccionar cualquier cosa. En un momento paré porque parecía loco. Tengo cuadros guardados por todos lados. Mi hija tiene uno de Dalí. Acá tengo uno en el que está la mano de (Tsuguharu) Foujita, un pintor francés de la época de Montmartre”, narra.
–¿Cuál era tu sueño en el tenis?
–Desde que agarré una raqueta… Tengo guardado mi primer artículo, que salió en La Prensa. Estaba jugando una semifinal de infantiles en mi club [el TCA], en la que le iba ganando fácil a Martín Rosenbaum y aparece otro jugador a mirar y me dice sobrándolo, algo así como: ‘Mostrale cómo se juega’. Algo fuera de lugar. Y me quedé mal. Me afectó negativamente que se hubiera burlado poniéndome a mí en el medio. De golpe se me fue la brújula a la mierda y perdí el segundo set. Iba 4-1 abajo en el tercero, llorando… Me agarró una angustia tremenda. Terminé ganando 6-4 en el tercero porque el otro me vio llorando y se descuidó. Y salió un artículo con la información chiquita de mi partido: ‘Tras superar un estado emocional, Vázquez ganó…’ (sonríe). Conservo el recorte; mi vieja me guardaba todo. Salir en los diarios te ayudaba a soñar más allá. Hubo tipos que llegaron a jugar relativamente bien porque tuvieron la suerte de jugar varios años en la Copa Davis y tener reconocimiento. Son detalles que a veces te cambia el panorama. A mí, cuando me pusieron en la lista negra de la Davis por ser hippie o porque los mismos jugadores querían el lugar mío, fue un bajón, me hizo perder el vínculo con la Argentina.
Porque para mí ser 20 del mundo, por decir de una manera, era una mierda. Me acuerdo de una charla con Tony Trabert, que era un crack; me pregunta qué quería ser como profesional. ‘Estar entre los primeros 20′, le dije. ‘Entonces vas a estar entre los primeros cien. Porque los primeros 20 son para los que quieren ser número 1′, me dijo. ¡Le pegó de acá a Varsovia, ida y vuelta! Al pasar a estar en una lista negra… perdí algo. Significa mucho lo que te tira el país, las raíces, seguir participando en algo. A Guillermo (Vilas) lo aprecié mucho y creía que con el pelo largo íbamos a cambiar el mundo, por eso compartí la vincha, la música, todo lo que Guillermo aprendió. En California aprendí mucho intelectual y tenísticamente.
–¿Hubo un cambio grande entre el Vilas más ingenuo y la posterior leyenda?
–En cierta manera el cambio se iba a producir. Guillermo tenía un objetivo muy ferviente: quería ser bueno en el tenis. Por ejemplo, como yo era bueno antes que él, me tenía como una imagen de cuidado. Leí un cuaderno de él un día: estaba muy pendiente de mi imagen. Tenía ese objetivo de jugar muy bien al tenis, por eso se pasaba horas y horas entrenando. No había ningún tipo entrenando tan monótonamente y aburrido como él. Me aburría enormemente jugar con Vilas. Porque el tipo me iba a tirar con top spin al revés un millón de veces, yo me iba a pasar pegando acá arriba el slice y me iba a pasar horas. La única manera, que después me sirvió con Pecci, de saber cómo salís de una situación así es con drop shot o atacando. Así salís de la jaula contra tipos que defienden muy bien. Guillermo tenía un passing shot y un revés de la puta que lo parió. Después, era aburridísimo. Para ganar se pasaba horas pasando pelotas sin errar una bola.
–¿Te distanciaste de Guillermo?
–No, no me distancié. Yo pasé a estar en la lista negra. En el año 74 se juega una Copa Davis en cancha rápida contra Brasil allá… y yo ese año había jugado contra Thomaz Koch en piso de madera y le había ganado. No importa lo que yo sea en mi vida privada. Entonces me encuentro en el Buenos Aires Lawn Tennis a Felipe Goñi [jugador del club y en la dirigencia de la Asociación] y me dice que habían designado a Vilas, Ricardo Cano, Julián Ganzábal y Tomasito Lynch, que tenía un saque flojo para cancha rápida. Entonces le digo: ‘Goñi, ¿me podés decir por qué no me pusieron en el equipo?’. Y me dice: ‘Por tu vida privada’. Y le digo: ‘¿Vos qué sabés de mi vida privada?’. Ahí me di cuenta que era un punto sin retorno. No es que me distancié de Guillermo, pero él sabía cómo jugaba yo dobles, él era el crack de la Copa Davis y ponerlo a Tito Vázquez era lo mínimo que pretendía después de haberle compartido todo lo que yo había aprendido en California con la música, la literatura, todo.
–¿Te consta que él te puso en la lista negra?
–No, no digo eso, pero pudo haber puesto la bola blanca, jugar a favor porque manejaba el equipo. Años más tarde entendí que tampoco lo tenía que hacer. Su objetivo era ser el número 1 del mundo, ser el mejor… no tenía que estar pensando en amigos, pero a mí sí me hubiera gustado que una persona con la que compartí mi filosofía de vida, la cual él vendió al mercado, porque vendió el poeta, el curioso… Era problema mío esperar algo de alguien que estaba tan ocupado. Yo a Vilas lo aprecio más como jugador cuando gana el torneo de Maestros en el 74, un tipo más suelto, más creativo, que el robot en el que se transformó con Ion Tiriac. A mí Tiriac no me cae bien. Conozco bien su historia: primero trató ser entrenador de Koch y Nastase, que lo mandó a la mierda. Trató de ser entrenador de Panatta, que estaba en la suya. Y enganchó a Vilas como tercera opción. Estando yo con Pecci, en un torneo de Australia al que yo no había ido, le laburó el bocho para ser de manager, cuando lo manejaba yo.
–¿Qué viviste en California en los 60?
–Era el centro del tenis. Estaba Pancho Segura Cano, Tony Trabert, Alex Olmedo, la crema de la crema, se respiraba tenis. Ibas al Beverly Hills Tennis Club y estaban todos. Campeones de Wimbledon, del mundo… Sabías que UCLA era lo máximo. Yo quería estudiar, porque mi viejo no había estudiado, y quería jugar al tenis. Eran las dos cosas que quería hacer. Llego ahí y era otro mundo, minas infernales, cine, música, drogas. Llego a la universidad y no tenía tiempo de nada; el primer año fue un quilombo, el ritmo era terrible. Estaba Carlos Castaneda, que escribió el libro de ‘Las enseñanzas de Don Juan’. Estaba Ángela Davis, que hablaba de filosofía y terminó en las Panteras Negras. A la universidad venían a tocar Neil Young, Elton John. En el equipo de básquetbol eran leyendas. Estudiaba Arthur Ashe. Todo eso era cotidiano. La ola te lleva.
–Y te cambia.
–Estuve siete años. Mentalmente el que estudia en la universidad es distinto al que no lo hace. En California hubo un renacimiento. Como hablan de Da Vinci y Miguel Ángel en Firenze, ahí hubo un renacimiento también. La cultura, los escritores, la poesía, la música. Estalló todo y éramos parte de eso. Peace and love. No había guerra. El futuro parecía más promisorio. Por eso me alimenté siempre de buena onda. La mala onda a mí me caga. Por eso la lista negra de Argentina a mí me cagó, no me alimentó para jugar mejor. Mi personalidad no va para el lado de la pelea. Ahora es tremendo todo lo que ha cambiado la sociedad. El Flaco Spinetta, por ejemplo, era así, una luz para pensar y saber qué es lo valorable. Hoy tenés que descifrar entre 300 mil cosas que entorpecen y es más complicado, porque hay mucha más mentira. Hoy ves el tenis y hay guita. Vilas ganó 33.000 dólares cuando ganó Roland Garros; hoy hay tres palos verdes. Entonces vos decís: ‘¿Es más fácil hoy o antes?’. La gente hoy está muy apurada, entonces todo vale. Como decía Andy Warhol: famoso por un día.
–Llevado al tenis. ¿Al de hoy le ves menos poder de estrategia y creatividad?
–Yo lo veía así. Para algunos Alfredo Di Stéfano sigue siendo el mejor jugador de todas las épocas, superior a Maradona y a Messi, porque era el que hacía todo. Son puntos de vista. Yo no te podría decir que no disfruté del trío (Federer, Nadal, Djokovic), que en algún momento fue cuarteto cuando Murray no se lesionó. Eran cuatro estrategias diferentes para anular al otro. Nadal tenía el estilo para anular el bote pronto de Federer. La tenacidad de Rafa fue única. De tenis es bueno, pero sacó regular, voleó normal, el slice que lo aprendió de viejo. No es un talento natural; como Guillermo, es un tipo que trabajó muchísimo para ser un crack. Pero la cabeza que tuvo es bestial. Después vino Djokovic y lo anuló a Nadal pegando antes, rápido y cruzado, devolviendo igual o mejor que él, físicamente impecable, mentalmente una bestia. Y llegó Murray y contra la máquina (Djokovic) le tiraba un slice, una rápida, una corta, cortando ritmo y lo jodió, pero se lastimó y desapareció. Que en un momento del tenis hubieran desaparecido el slice, que lo usaba sólo Roger, y el drop shot, me parecía fantasmagórico. El argumento de los jóvenes era: ‘Nooo, esto está muy rápido y no hay tiempo de pensar’. Pero apareció uno rápido que sí lo hace [Carlos Alcaraz], entonces no era un problema la rapidez. ¿Cómo sabés que no se puede atacar si nadie va a la red? Antes los flacos jugaban todos diferentes. ¿Por qué? Porque cada uno tenía su personalidad. Todos tenían calle, se tenían que pagar el pasaje, ir con la valija, no había rueditas, anotarte a los torneos, no había un séquito atrás. Hoy es todo más monótono. El revés de dos manos tiene una importancia tremenda, pero no sé por qué carajo no se juega más con uno. Con dos manos te limita el slice, los efectos, el alcance, la volea… Desde que apareció Alcaraz se incrementó un 70% los drop shots; nadie lo hacía. ¡Increíble!
–¿Qué es más desgastante: ser capitán de la Davis o coach, girando todo el año con un jugador?
–Ser capitán de la Copa Davis. Me tocó en dos momentos ser capitán y, por alguna razón, fueron momentos complejos. Lo que me hicieron a mí con (la pelea) Del Potro y Nalbandian, donde el periodismo me rompió las bolas todos los días, no sé si se lo han hecho a otro tipo. No sé por qué carajo conmigo desde el primer día el tema fue Nalbandian-Del Potro, Del Potro-Nalbandian. Fijate un poco lo que hicimos, los resultados… Es más, el primer año (2009) no jugó Nalbandian, el segundo no jugó Del Potro. Todo eso fue insano, muy pesado. Y tenía que estar pendiente de otras cosas.
–¿Eso te sacaba energías?
–Muchas. Lo mío tuvo que ver con David, más que nada. Yo tenía un enemigo personal en el equipo. Era mi enemigo interno. Y sin ninguna razón, porque yo había estado siete años en Inglaterra. De pronto vuelvo y hubo como un reflejo de algo anterior, de una relación que él vio de cuando eran chicos con Guillermo Coria. Un tema olvidado para mí. Yo viajé por Europa con los dos cuando tenían 15, 16, 17 años.
–Antes de Gustavo Luza.
–Claro, sí, antes de Luza. Yo lo llevé también a Franco Davín a que empezara su carrera de entrenador en el centro de alto rendimiento. ¡Mirá qué carrera se mandó! Tiene talento y tuvo su cuota de suerte, entrenó tipos buenos.
–¿Con qué idea decís que se quedó Nalbandian?
–Te explico. Primer viaje a Europa. Voy con Nalbandian, Coria y Redondi como tercer jugador. Y va como capitán de mujeres Leo Lerda, con la Pitu Salerni y Clarisa Fernández. Primer torneo: Di Salsomaggiore, en Italia, amigos míos, estábamos como en casa. Coria pierde en el primer partido o en el segundo y se lastima la cintura, algo recurrente en él. Tenía 14 años. Nalbandian llega a la final. Salerni llega a la final, Clarisa también. Estoy con Lerda, dormíamos en el mismo dormitorio. Pasa lo de Coria, hablo con uno de la federación italiana, me recomiendan un especialista suizo en el Lago Di Como. Cancelo la semana siguiente, nos quedamos en Di Salsomaggiore, un lugar increíble, canchas para entrenar, con hotel y comida gratis. Me voy con Coria el lunes, lo dejo a Lerda a cargo de todo. Me encuentro al suizo. Lo revisa: eran los dientes. No tenía muelas. Le dice: ‘Sacátelas a ver si están abajo las molares y volvé’. Quedamos para después del torneo Bonfiglio en Milán.
–¿Pero qué pasó con David entonces?
–Nalbandian pierde la final de Di Salsomaggiore con Vinciguerra 6-3 y 6-0; tiró la raqueta dos veces. Yo, mirando el partido, porque a Como íbamos el lunes. Pero Nalbandian tiene en su cabeza que yo no vi ese partido, que me fui con Coria y lo dejé abandonado. Me lo dice él mismo años después cuando nos vemos en la Davis. Le dije que estaba equivocado. Él con Coria tenía algo, obviamente. Yo me llevaba bien con Guillermo, lo veía todos los días en el Buenos Aires. Después, siguieron los problemas por Delpo, que no quería jugar más la Davis y lo convencí de que siguiera en la casa que había alquilado en Wimbledon. Siempre lo defendí. En cambio, Nalbandian me dijo: ‘Yo juego por Argentina’, y cuando llegó el lunes de la primera serie, con Holanda, en 2009, se me baja a las doce de la noche. ‘Yo no estoy para jugar’, me dice.
–¿Tuvieron más desencuentros?
–En el 2010, cuando juega en el dobles con Suecia, en Estocolmo. Sacando Horacio Zeballos, le digo mientras estábamos sentados en la silla, en el descanso: ‘Ojo este game, que saca Zeballos, tené cuidado con la paralela de Soderling’. Nalbandian me contesta: ‘Noooo, el drive bueno de Soderling es el cruzado’. Me sorprendió, porque en una cancha rápida, sacando abierto un zurdo, ¿cómo hacés para jugar cruzado? Pero bueno. Saca Zeballos 30-30, muy abierto, Nalbandian se cruza, Soderling devuelve paralelo y tuvo una suerte, porque pega en la faja y se levanta la pelota, quedó ahí, David tuvo tiempo de retroceder y gana la volea. Pasan unos puntos y le digo: ‘Blanco’. Me contesta: ‘No, negro’. Ya está, no le pude hablar más en toda la Copa. Lo tenía en contra desde el día uno. Afuera de la cancha le preguntaba: ‘¿Todo bien Nalbandian, algún problema?’. Me decía: ‘No, todo bien’. Pero en la cancha se sentaba y me lo hacía sentir.
–Con Del Potro sí te llevaste bien.
–Delpo… es un tipo más simple. De mi ciclo anterior, del 86 al 88, a Horacio De la Peña le podía hablar más, era un tipo que era todo más mental, más estratega, hablaba mucho con él. Martín Jaite era muy nervioso cuando jugaba acá, de local. Con Delpo estaba tranquilo, buscaba no complicarlo, que hiciera lo que tenía que hacer. Yo creo que iba camino a ser más que Vilas. No en cantidad de partidos, claro. Un pibe que tiene 19 años y te gana el US Open… Jugó partidos monstruosos. El partido que juega con Roger (Federer) en Wimbledon por la medalla de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 fue tremendo. El otro de la Davis con Djokovic en Belgrado, en el 2011… está bien jugó un set y medio porque Nole se lesionó, pero el serbio venía de ser el campeón del US Open. El baile que le dio a Berdych antes de ganar el US Open fue majestuoso (en julio de 2009, en la Davis, en Ostrava). Esa fue la primera vez que lo vi jugar conmigo en la Copa Davis y dije: ‘La puta madre, lo que juega este chico’. Y unos meses después ganó Flushing. No tenía puntos débiles.
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Vázquez conoció a Luis Alberto Spinetta en Nueva York y construyeron una fuerte amistad, a tal punto que Tito produjo el disco “Madre en años luz”, de Spinetta Jade (1984); años más tarde, escribiría la letra de la canción “2 de enero” para Spinetta y los Socios del Desierto. Spinetta contribuyó después, en 2005, con el prólogo para “El fin es aún”, uno de los tres libros de poesías de Tito (los otros son “Yo a tu edad”, de 1999, y “El otro es uno”, de 2003; también escribió la novela carácter autobiográfico “El ombligo del pulpo”, en 2018).
“Más que brillante, Luis Alberto fue un tipo muy despierto, atento a todo lo que pasaba en la música y la literatura; se leía todo -apunta Tito, mientras empieza a cocinar arroz con camarones para unos amigos-. Él vivía acá cerca, en la calle Amenábar. Yo caminaba por Honduras derecho, lo iba a ver en la época en la que estaba jodido. Y ahí me dijo si lo podía ayudar para ser productor de un disco. Era un tipo muy productivo. Se la pasaba todo el día produciendo música. Dibujaba muy bien; hacía unos autos supersónicos. También hacía caricaturas. Y por alguna razón la literatura nos unió. De vez en cuando jugábamos al fútbol; era eléctrico. Por ahí tenía idea de entrenar físico un poco, lo habré encontrado dos o tres veces en Palermo para acompañarlo a correr. Era un tipo muy lúcido, que por más que estuvieras hablando irónicamente o haciendo chistes, nunca perdía la brújula. Cuando falleció me sorprendió la repercusión que tuvo; es como que en el aire hubo algo especial. Sabía que era muy querido, porque yo había ido al último concierto de él, en Vélez, en el 2009, que fue alucinante porque pasaron tantos músicos por ahí pese a ser bastantes jodidos, egocéntricos…”.
–¿Quién tiene más ego: el músico o el tenista?
–Yo creo que igual, eh. Lean el libro de Keith Richards. Es impresionante cómo no se murió, porque la cantidad de droga que se metieron entre los 20 años y los 40… Ahora tiene 80 y pico y no toca nada. ¡Pero estuvo nueve días sin dormir! Y él te habla del otro (Mick Jagger) como una margarita, pero llegó un momento en el que se jugó el ego, grabó un disco solo. Entonces es muy difícil que en un concierto vayan tantos músicos, algo que sí pasó con Spinetta. Fito Páez, Charly, Cerati, Juanse… todos. Es muy querido y especial.
–¿Qué es lo que nunca vas a dejar de escuchar?
–Me gusta la lírica. Cuando estaba en la universidad seguía esa línea. Me gustaba Dylan, porque te mostraba hacia dónde tenías que ir. Estaba pendiente de cada disco nuevo que sacaba. El otro que me rompió la cabeza es Jimmy Hendrix, a quien vi en un show en Monterrey; pero nadie entendía nada, era muy avanzado. Después tenés a los Beatles, que fueron una locura. Pink Floyd me pegó bastante. Románticamente hablando me gustó Leonard Cohen. También Neil Young. Soy más de la época de los ‘60. En Estados Unidos se escuchaba mucha música negra. Diana Ross, Stevie Wonder, Tina Turner, B.B. King… Todos cracks.
–¿Fuiste a ver a Paul McCartney en su última visita al país?
–No. ¿Para qué? Lo ves lejos, chiquito. Y para verlo en una pantalla gigante me quedo en casa.
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