Sueñan con un Fonseca y destrozaron al que tuvimos

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João Fonseca parece haber emergido como el gran diamante en bruto, con increíbles destellos en el presente. No es para menos: ya entregó muestras de lo que puede llegar a conseguir y del ruido que provocaría en caso de materializar los vaticinios que giran a su alrededor.

Viene de Brasil. Tiene apenas 18 años. Ganó 14 de los últimos 15 partidos. Conquistó el Next Gen Finals -el Masters de los mejores sub 21 del mundo-. Hay quienes sostienen, sueltos de cuerpo, que será el próximo sudamericano número uno del mundo. Lo persiguen la sombra de Guga Kuerten y la esperanza de toda una región.

Cargará con una pesada mochila colmada de presión. El último gran golpe lo amerita. Esta semana dejó fuera de juego al número 9 del mundo en su primer cuadro principal de Grand Slam: lo padeció Andrey Rublev en el Abierto de Australia. En la Argentina, el país vecino, comenzaron las plegarias: «Ojalá tuviéramos a un Fonseca». Y lo verán de cerca: vendrá en febrero para jugar el Argentina Open.

El deseo tiene escasa memoria en un mundo que corre cada vez con mayor celeridad. Todo se diluye. Y ocurre tan rápido que los argentinos olvidaron que ya tuvimos a un Fonseca. Hubo varios con las expectativas convertidas en realidad: de Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini a los integrantes de La Legión. Tres décadas de campeones. Pero hubo otro que ni siquiera exige rebobinar demasiado, contemporáneos: se llama Juan Martín del Potro.

Con 17 años, casi la edad de Fonseca, estaba en Campos do Jordão, en la final de un Challenger contra André Sá. Una final, contra un brasileño, en Brasil y con estadio lleno. La gente lo molestaba; él empezó a jugar bien, a darlo vuelta. Cuando su equipo lo advirtió… ya lo aplaudían. Lo ovacionaban. Hay muy pocos que pueden dar vuelta un estadio.

Con 19 ganaba sus cuatro primeros títulos de ATP de manera consecutiva y era el primer jugador en conseguirlo en la Era Abierta (1968). Dos en ladrillo -Stuttgart y Kitzbühel-, dos en canchas duras -Los Angeles y Washington-, todo en un mes. Días más tarde alcanzaría los cuartos de final del US Open. Un año después, con apenas 20 septiembres, ganaría el último Grand Slam contra el pentacampeón y número uno del mundo: Roger Federer.

¿Por qué piden un Fonseca si ya lo tuvimos? Lo cierto es que determinados sectores de la prensa especializada y de la tradicional dirigencia argentina hicieron un trabajo fino para instalar que Del Potro no era tan bueno. Lo mataban por jugar sin entrenador. Lo mataban por no jugar la Davis. Alimentaban el escarnio público: hacia afuera lo pedían para la Copa pero, en las sombras, menajaban la batuta para que cantaran en su contra. Pero el tandilense edificaba su propia firmeza: ganaba en cada rincón del mundo, hablaba con sus resultados y colisionaba con los desmanejos de aquella antigua gestión.

Lo destrozaron por su primera gran lesión, semanas después de haber ganado el US Open. Mientras estaba parado por dolencias en la muñeca derecha, desde los medios sentenciaron que tenía «pánico escénico». Una vez perdió contra Berdych en Australia y soltaron una malintencionada pregunta: «¿Del Potro es tan bueno como creemos? Era mejor de lo que creíamos pero el daño ya estaba hecho. La gente consumía «expertos» que celebraban los puntos del canadiense Pospisil en uno de los regresos fallidos del tandilense en Miami. Maliciosas firmas enceguecidas de recelo porque no les brindaba entrevistas. Cierta porción del público, impulsado por el odio de aquel sistema rancio, lo llamaba Del Pecho.

Pero Del Pecho se rompía y siempre volvía. Del Pecho representaba la mayor amenaza en la era de los mejores de la historia: les ganó siete veces a Federer, seis a Rafael Nadal y cuatro a Novak Djokovic. Del Pecho estaba fuera de los cien mejores, con mil cirugías a cuestas, y se metía en la final olímpica. Del Pecho perdía dos sets a cero en la final del mundo, con Argentina contra las cuerdas, y ganaba el partido. Del Pecho perdía dos sets a cero en un Grand Slam, con fiebre, y ganaba el partido con fiebre. Del Pecho, ya forzado al retiro, recibiría la visita del mejor de la historia para despedirse del tenis ante 15 mil personas.

«Estaba muy nervioso en el segundo y en el tercer set; no es el resultado que quería». Las palabras son de Fonseca, apenas consumada la caída en cinco parciales ante el italiano Sonego, dos días después del golpe ante Rublev. Fonseca dejó los nervios al descubierto. Será un fuera de serie. Pero no pidan uno si ya tuvimos otro que acumuló gloria reciente y que, acaso en el futuro próximo, ingresará al Hall de la Fama del tenis internacional. No surgen todos los días.

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